Un día del helado diciembre, me levanté muy temprano y corrí al patio trasero de mi pequeña casa. Había un balón que se mecía al compás del viento y su incesante movimiento estremecía mi piel.
Estaba decidido. Esa mañana tomé la decisión más difícil de mi vida y tal vez la última. Forcé aquella pequeña puerta del garage. Una puerta vieja de madera. Entré y tomé la primera arma que vi, la verdad es que no tuve tiempo para escoger alguna, simplemente asocié mis ganas de explotar con el tamaño de mi arma y tomé el arma más grande que pude.
Corrí y con el pequeño conocimiento que tenía en armas, logré cargarla rápidamente Tenía el tiempo encima, así que decidí apresurarme. Pronto escuché pasos y tuve que soltar el primer disparo, fue un vecino el desafortunado. Pero yo no podía perder el tiempo. Pobre viejo quedó tendido en el frio del suelo.
Todos sabían que algún día explotaría, tal vez hasta yo mismo lo sabia pero quise ignorarlo. Esa mañana sería diferente para el vecindario. Me topé de nuevo con alguien en la calle y un par de gritos agudos de plomo rompieron el silencio. Ya había matado a dos personas, ya no había vuelta atrás, había planeado aquello en mi cabeza una y otra vez, hasta el punto de la locura, estaba viviendo mi sueño, uno de los más anhelados sueños. Tenía dibujado en mi mente cada rostro, cada rutina, cada paso, podía olerles desde el otro puto lado de la calle. Mi madre salió de la casa he intentó detenerme, pero yo no podía escuchar a nadie, aquel ya no era yo, me había convertido en lo que siempre había querido ser y ahora nadie iba a poder detenerme. La golpeé en la cara y quedó tendida en la acera. Ahora estábamos solos el destino y yo. Ya no había marchar atrás.
Apareció una niña al final de la calle, intentó correr pero poco pudo hacer contra aquel ramo de hermosas flores de plomo por la espalda. Aquellos habían sido los dos minutos más eternos de mi vida, todo parecía estar en cámara lenta. Uno de los vecinos intento marcar a la policía y correr al interior de su cochera. Me sentía invencible. Era un Dios, un Dios de la guerra. Y entonces di un fuerte alarido y comencé a correr, maté a uno, a dos, a tres más, tantos que perdí la cuenta, hasta que me vi rodeado por policías que decían enérgicamente que bajará el arma. Entré al primer piso de la primer casa que pude encontrar y maté a alguien más, una pequeña anciana que miraba desde su ventana aterrorizada. Ahora aquella casa se había vuelto mi fuerte. Había estudiado minuciosamente aquel vecindario, sabía todas las salidas y entradas, conocía todas las puertas y todos los rincones, y aunque ahora me encontraba rodeado de oficiales. Aquello se había vuelto la guerra entre la inteligencia y la improvisación. Y entonces todo explotó en mi cabeza." UFF, desperté de aquel sueño", estaba agitado, me limpié las lágrimas y sonreí, fui a beber un vaso con agua fría. Definitivamente me cayo pesada la cena.
1 comentario:
Desde luego, éste es tu género, no hay dudas.
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