“El viejo atavío”

Este cuento lo escribí para un concurso en lagos de moreno, no gané el concurso, pero fue una bonita experiencia.


Había una vez una pequeña ciudad, y en esa ciudad una gran casa. Dentro de esa casa, vivía un señor de edad avanzada, al que los niños llamaban “el anciano”, pocos conocían el verdadero nombre de aquel misterioso personaje. Un ser tan histriónico como la vida misma.
Como era de esperarse,  esta persona tan peculiar. Tenía una rutina muy marcada y conocida por todos en el vecindario. Por las mañanas siempre salía a caminar y a observar el bailar de los árboles. Regresaba temprano para desayunar y luego pasaba algún tiempo en su mecedora hasta que era la hora de la comida. Habitualmente se le observaba fumando y por las noches solía hacer bastante ruido. Amaba el sonido del viento.
Cierto día de Julio, los adolescentes del vecindario, decidieron reunirse bajo el frondoso laurel de la india. Este viejo y hermoso árbol se ubicaba en una de las colinas cercanas a la ciudad. Los niños discutían acaloradamente sobre “el anciano”, todos ellos tenían una idea en común,  que aquel hombre les inspiraba miedo, y temían que les hiciera daño a sus familias.
Juan levantó la voz en medio de la discusión. “Tenemos que hacer algo”. Dijo con una decisión que dejó callados a todos. “No he podido dormir en días, presiento ahora mismo lo peor”. Continuó.
Hace algunas noches pensaba en la forma tan malvada que tiene al mirarme,  la forma tan demente en la que se retuercen sus labios cuando paso frente a su acera, de verdad es aterrador. Yo sé de donde viene ese hombre, sin duda no puede ser de otro lugar que de una guerra, he leído mucho acerca de ese tipo de personas, son personas violentas, de aspecto tosco, de miradas perdidas y profundas, de lúgubres rutinas y de constantes repeticiones de patrones al hablar. Él tiene todo para generar una serie de muertes en cuestión de segundos y hacer que todo parezca un accidente. Juan terminó de hablar con la respiración agitada.
Una chica de pequeña estatura y algunas pecas, se levantó y dijo: “están equivocados”, como pueden juzgar a un hombre de esa manera, obviamente  el señor está algo amargado.
Es la mirada de alguien que ha sufrido por amor, he visto esa mirada en mi padre, es la misma mirada justo después del divorcio con mamá. Uno puede decir tantas cosas, uno puede juzgar y pretender entender a la gente, créanme a veces ni yo misma entiendo lo que mi padre quiere decirme, eso no lo hace una mala persona.
Juan insistió.”Muchachos evidentemente eso es lo que él quiere que creamos”, acéptenlo, estas personas son excelentes creando mundos, cambiando puntos de vista, haciendo que las cosas se vean diferentes a como en realidad son, para eso son entrenados.
Otro de los chicos, al que llamaban “Pedroza “, comenzó a hablarles. “Estimados compañeros, heme aquí en medio de todos ustedes, tan confundido y anonadado como me es posible estar”, miren que intento entender lo que me dicen, pero me es imposible contenerme ante tan escandaloso espectáculo de palabrería. ¿Guerras?, ¿Amor? Es más que obvio que estamos frente a un profesional del disfraz. A mí no puede engañarme, esa manera de caminar no es de una persona de su edad, además le he visto sonreír y aún tiene la mayoría de los dientes. ¿Creen ustedes que alguien que fue a la guerra conservaría su dentadura en tan perfectas condiciones?, además es ridículo pensar que es víctima de un fuerte sentimiento  de desamor, díganme, a su edad quien no lo ha tenido.
Sin embargo juraría jamás haber visto a alguien de su edad con una piel tan fina y delicada, creen que alguien que va a una guerra conserva una tez tan pulcra. Me niego a creer semejantes insinuaciones.
Juan volvió a hablar. Tal vez tengas razón en algunas cosas, pero entonces ¿Por qué alguien de su edad tendría la necesidad de disfrazarse y esconderse en un pueblo como este?, ¿Estamos hablando de un fugitivo de la ley?
Pedroza meditó el comentario y prosiguió suavemente la conversación. “jóvenes ilustres”, cabe la posibilidad de que estemos en presencia de un verdadero fugitivo de la ley, tal vez el más buscado, tal vez un asesino en potencia. Un genio del disfraz, un experto en armas de largo alcance, un mago con las estrategias militares.
Lucía, la chica más pequeña del grupo levantó la mano y comenzó a hablar después de que se le permitió la palabra. Miren amigos, soy la más joven del grupo, pero eso no significa que mi palabra sea más pequeña o de menor valía, de verdad, les puedo asegurar que cuando uno sufre por amor, las cosas se vuelven un campo de batalla, no han escuchado que en la guerra y en el amor todo es válido. ¿Quién puede asegurarme que no ha venido aquí buscando al amor de su vida y ha tenido que disfrazarse para no ser reconocido? Tal vez amigos míos, estemos frente a una de las más grandes historias de amor jamás presenciadas y estemos desperdiciando el tiempo en conjeturas que nos llevan a nada.
Pedroza sonrió con un brillo en los ojos tan fuerte como su emoción. “Elemental”, “fabuloso”, que grato me es saberte tan centrada en las cosas objetivas del tema. Le dijo a Lucía mirándola con asombro. 
Cierto es que la idea de un amor para toda la vida, de una búsqueda infranqueable de amor, no es lo que persigo, más sin embargo, debemos tener en cuenta, que nuestro personaje no hace otra cosa que repetir la misma rutina todos los días, ¿acaso el buscador quiere ser buscado?, no será más bien que está esperando algo, una cosa tan complicada que ninguno de nosotros podríamos siquiera comprender.
Heriberto, dejó escapar un pequeño sonido y con voz seca comenzó a hablar. “¿Han visto esos programas de extraterrestres?”, como esos extraños objetos voladores llegan a las ciudades pequeñas y se llevan a la gente a sus lejanos planetas. Creo que estamos evidentemente siendo los primeros testigos oficiales de una de las más grandes invasiones de seres del espacio.
Basta con meditar un poco sobre el comportamiento del viejo, díganme qué persona camina todos los días solo mirando los árboles, ¿No será que está vigilando el cielo?, ¿Qué espera?, piensa que puede engañarnos. Una persona normal, un ser humano normal, debería aburrirse de ver árboles todos los días. Tal vez solo se limitaría a observarlos por la televisión. Además, todo el tiempo está sentado en su terraza esperando, viendo pasar el tiempo. Estoy seguro, ellos vendrán pronto y nosotros somos los responsables de detenerlos.
¿Y si está construyendo una nave?  O peor aún, un arma de destrucción masiva. Dijo Lucía muy sobresaltada.  He escuchado a muchas personas comentar el escándalo que suele hacer este hombre por las noches ¿No se supone que los ancianos duermen temprano?, él  siempre madruga, ¿Cómo podría aguantar ese ritmo de vida sin dormir?
Incluso un corazón enamorado necesita dormir, necesita soñar y necesita repararse cada noche.
Heriberto miró a Lucía con frialdad y prosiguió. Miren amigos, ahora todo tiene sentido. Me preocupa en demasía, es una gran responsabilidad lo que nosotros sabemos ahora. ¿Quién va a creernos?, ¿A quién podemos recurrir? Nadie nos va a tomar en cuenta.
Pedroza dejó escapar unas palabras. “No des por entendido que todos estamos de acuerdo con la misma historia”, ¿Acaso no puede la mente engañar a los ojos?, te dejas llevar por lo que no ves, no por lo que sabes, es por eso que es tan fácil creer.
Sinceramente nadie puede asegurarnos que existan seres de otros mundos pisando nuestro planeta. Puedo creer en la guerra, en la muerte, en el amor, porque lo he visto, pero no puedo creer en algo que solo he podido ver a través de figuras abstractas creadas por mi mente.
Juan que había permanecido callado ya durante algunos minutos, le dio un ligero manotazo al único del grupo que no había hablado nada. Pero este siguió sin hablar. Se miraron unos a otros con gran desasosiego.
Habiendo dicho todo esto, los jóvenes acordaron reunirse la semana siguiente para decidir qué  sería correcto hacer.

* * *
Pasaron los días y llegó la fecha acordada, los jóvenes volvieron a reunirse de nuevo bajo aquel enorme árbol, era una tarde tranquila y los moribundos rayos del sol iluminaban la colina.
Todos lucían muy preocupados, aún más que la última vez que se habían reunido. Mirándose unos a otros, nadie era capaz de comenzar con la  charla.
Lucía rompió el silencio. “Bueno… Miren amigos”, he pensado mucho las cosas, sé que de alguna manera pactamos no contar nada a nadie, hasta que decidiéramos que hacer, pero no he podido y se lo he contado a mi padre. No se preocupen obviamente no me creyó, él dice que ese señor es sólo una persona que ha venido a este pueblo a buscar tranquilidad. No sé, pero sigue habiendo cosas de él que me tienen intranquila. He visto cómo se queda con los balones que por accidente caen en su patio y cómo aleja a los niños pequeños de su banqueta gritándoles.
Juan un poco aburrido prosiguió. Creo y espero estén todos de acuerdo, incluso tú Ricardo, que nunca comentas nada. Que ha llegado el momento de actuar, ya hemos hablado mucho y dado nuestros puntos de vista. Ahora ya tenemos la opinión de uno de nuestros padres. “Nadie nos va a creer”. Si queremos descubrir la verdad y evitar que pase algo tenemos que actuar ya mismo. He investigado toda esta semana, y escuché que los jueves por la mañana el señor viaja en camión a alguna ciudad vecina, creo que va a algún lugar a que revisen su estado de salud, o al menos es lo que quiere que creamos.
¿Qué les parece si entramos ese día a su casa y de una vez por todas descubrimos cual es la verdad? Todos asintieron con la cabeza.
* * *
El día jueves el señor anciano, tomó como de costumbre muy temprano el camión. Los chicos estaban ya listos para entrar en su casa, como era evidente y era de esperarse de chicos listos como aquellos, decidieron reunirse a varias manzanas de distancia de la casa del señor para no levantar sospechas. Todos vestían casuales y llevaban el menor número de cosas posibles.
Heriberto habló a sus amigos con la decisión característica en su voz. “Muchachos, llegó el día”, no hay plan, el único plan es permanecer juntos y tocar el menor número de cosas, en caso de que pase algo salgan rápido de la casa y corran en diferentes direcciones. He observado durante los últimos días la casa, creo que la manera más fácil de entrar en ella es por una pequeña ventana situada en la parte posterior, incluso he ido esta mañana y la he visto abierta. Espero siga así.
Los cinco muchachos se deslizaron por la aún silenciosa y desierta calle. Llegaron a la casa y dieron rápidamente vuelta hasta llegar al patio trasero. El jardín era hermoso, lleno de flores de todos los colores, aquella, escena parecía  salida de alguna vieja postal. Los muchachos abrieron la ventana un poco más, tratando de no hacer ruido. Uno a uno fueron entrando. Cuando estuvieron todos adentro, no podían observar otra cosa que no fueran los rayos de luz que se filtraban a través de la puerta metálica de lo que parecía una cochera. Pronto Pedroza encendió una lámpara, ante el asombro de sus compañeros.
¿llevas eso a todos lados? Preguntó Juan.
No, pero he traído algunas cosas de papá. Respondió Pedroza iluminando con la lámpara el fondo de una mochila.
Pedroza iluminó la habitación, hasta encontrar un interruptor que para sorpresa de todos no encendió. Aquel lugar estaba muy sucio, había un coche grande, parecía un Ford anglia, pero con la ausencia notoria de muchas de sus partes. Todo aquello estaba desordenado como si se tratara de un proceso de reparación reciente. Había herramientas tiradas por todas partes. Los chicos subieron los cuatro escalones que separaban aquel lugar oscuro, de la sala y el comedor de la casa. El lugar era hermoso, la luz entraba por todas las ventanas y se filtraba a través de las delgadas cortinas, había en la mesa un tazón de cereal a medio terminar, un vaso grande de soda de dieta, unos anteojos y un periódico local del día anterior. Los muchachos habían pasado ya varios minutos sin decir una sola palabra, observando los pesados objetos que colgaban de la pared, las fotos encima de los muebles y algunos libros acomodados con estricto orden en la repisa de la sala.
Pedroza comenzó a hablar. “Miren, ¿Qué demonios es eso?”. En un rincón de uno de los cuartos había un montón de ramas y una especie de tela extraña desgarrada y regada por toda la habitación.
De pronto Lucía comenzó a mirar la puerta, tenía la extraña sensación de que se abriría en cualquier momento. Pero no dijo una sola palabra. Juan se aproximó y levantó un pedazo de aquella extraña tela, parecía ser una especie de piel recién mudada. Como si se tratará de un reptil enorme. Jamás ninguno de aquellos muchachos había visto algo parecido. Todo parecía haber salido de una extraña película de ciencia ficción.
Y entonces se escucharon pasos en la casa. El corazón de Lucía dio un vuelco. Los jóvenes asustados recularon hacia la parte trasera de la habitación. Un sonido extraño llenó la atmosfera de incertidumbre. Y fue entonces cuando lo vieron. Parado justo en el centro de la puerta, se encontraba un ser enorme. Con grandes patas escamosas, un  vientre muy amplio y firme, una cola enorme que serpenteaba y unas gafas cuadradas. Durante varios minutos nadie en la habitación se atrevió a hacer ningún movimiento. Ante el asombro de todos aquel reptil enorme comenzó a hablar.
Se preguntarán que soy, sólo soy el producto de su imaginación. Ustedes me han creado, existo por ustedes y lo único que quiero es mi libertad. He esperado largo tiempo y ha llegado el momento, ahora que estoy en mi mayor plenitud dejaré este lugar. Ya no los necesito.
Pedroza sacó un viejo martillo de la mochila y lo arrojo con fuerza. El reptil lo esquivó fácilmente. Parecía estar disfrutando todo lo que estaba pasando. Aquel ser estaba acostumbrado a que sus presas lucharan por su vida, hasta el último momento.
Comenzaron los gritos, los chicos arrojaban cosas y el reptil seguían bloqueando la puerta, estaban en un callejón sin salida. El cuarto se  llenó de una extraña nebulosa.
Lucía calló al suelo. Abrió los ojos tras los gritos de sus amigos. Ella estaba muy asustada y al abrir los ojos se dio cuenta de que no había nadie en la habitación. “¿Y el reptil?”. Preguntó apresuradamente.  Todos la miraron con sorpresa pero nadie respondió. A lo que Lucía levantándose con rapidez, dijo: “¡Vamos tenemos! que salir de aquí cuanto antes”. Todos bajaron a la cochera y justo en ese momento se abrió la puerta. Ocultos en la oscuridad los chicos miraron al señor anciano entrar y observar minuciosamente la sala. Parecía pensativo. Después de cruzar la sala, llegó hasta una vieja piedra que estaba sobre uno de los muebles, era una piedra de un rojo muy intenso que estaba parpadeando con agitación. Era evidente que él ya sabía que alguien había estado en su casa. Y Entonces vieron cómo se quitó el suéter y comenzó a transformarse en un reptil.
El silencio llenó la habitación de incertidumbre. El reptil abrió agitadamente las puertas de los cuartos. Todos los chicos tenían mucho miedo. Lucía los apresuró a salir. Y con la mayor velocidad que pudieron salieron todos de la cochera por aquella pequeña ventana.
* * *
Los días que siguieron al evento fueron días muy extraños, los chicos evitaban a cualquier precio la casa de aquel anciano. Lucia continuó teniendo muchísimo interés y pasaba horas enteras sólo observando la casa, éste comportamiento llamó poderosamente la atención de muchos vecinos que comenzaron a hacerse preguntas sobre el tema. Aunque la mayoría prefería simplemente ignorarlo. Era un tema que se guardaba en secreto y que entre amigos ya no se tocaba.
Una mañana llegó el cartero a la casa, “el anciano” estaba sentado en el jardín y al verlo se aproximó a él.
-Buenos días, don Fermín. Dijo afectuosamente el cartero, al tiempo que notó cómo la mirada del viejo se concentraba en Lucia que observaba la casa. Sentada desde el otro lado de la calle. Al verlos, Lucía se alejó hasta perderse de vista.
“Extraña muchacha”- Comentó don Fermín. Juraría que pasa horas enteras contemplando mi casa y lo que hago, a veces me pone nervioso, ¿Usted no sabe quién es?
¡Ah, esa niña Don Fermín! se llama Lucía, vive en el orfanato desde que perdió a sus padres en un accidente, está un poco loca, la veo con frecuencia platicando sola debajo del árbol de la colina, no le haga caso.

“Es tan rara, parece un extraterrestre“. Dijo don Fermín acomodándose las gafas y tomando un periódico se sentó en la terraza de su casa a contemplar el cielo.

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